TÃtulo original: The Vampire Armand
Traducción: Camila Batlles
1.ª edición: noviembre, 2013
© 2013 by Anne O’Brien Rice
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B. 26.750-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-661-8
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A Brandy Edwards,
Brian Robertson,
Christopher Rice y Michele Rice
Jesús dijo a MarÃa Magdalena: «Suéltame, pues todavÃa no he subido al Padre; vete a mis hermanos y diles: Voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre; a mi Dios y a vuestro Dios.»
Juan, 20: 17
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Cita
PARTE I
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
PARTE II
16
PARTE III
17
18
19
20
21
22
23
24
25
Promoción
PARTE I
Cuerpo y sangre
1
DecÃan que una niña habÃa muerto en el último piso. HabÃan encontrado su ropa en la pared. Yo querÃa subir allÃ, tumbarme junto a la pared y estar solo.
HabÃan visto algunas veces al fantasma de la niña, pero ninguno de esos vampiros podÃa ver a espÃritus, al menos no como los veÃa yo. Da lo mismo, no era la compañÃa de la niña lo que yo buscaba, sino estar en ese lugar.
No ganaba nada permaneciendo junto a Lestat. Yo habÃa acudido puntualmente; habÃa cumplido mi propósito. No podÃa ayudarle.
Sus ojos de mirada fija, inmóviles, me ponÃan nervioso. Me sentÃa sereno y rebosante de amor hacia mis seres queridos, mis criaturas humanas, mi pequeño Benji de pelo oscuro y mi dulce y esbelta Sybelle, pero aún no era lo suficientemente fuerte para llevármelos conmigo.
Salà de la capilla sin reparar siquiera en quién estaba allÃ. Todo el convento se habÃa convertido en la morada de vampiros. No era un lugar desordenado, ni abandonado, pero no me fijé en los seres que habÃa en la capilla cuando me marché.
Lestat seguÃa tendido en el suelo de mármol de la capilla, frente a un gigantesco crucifijo, de costado, con las manos inertes, la izquierda justo debajo de la derecha. Sus dedos rozaban levemente el mármol, como si lo tanteara, aunque no era asÃ. TenÃa los dedos de la mano derecha crispados, formando un pequeño hueco en la palma sobre la que incidÃa la luz, lo cual también parecÃa encerrar algún significado, pero no significaba nada.
Se trataba simplemente de un cuerpo sobrenatural que yacÃa privado de voluntad, exangüe, tan inerte como su rostro, cuya expresión parecÃa asombrosamente inteligente, teniendo en cuenta los meses durante los cuales Lestat no habÃa movido un músculo.
Las grandes vidrieras se habÃan cubierto para que la luz del alba no le hiriera. Por la noche resplandecÃan a la luz de las maravillosas velas colocadas alrededor de las hermosas estatuas y reliquias que abundaban en ese otrora santo y bendito lugar. Unos niños mortales habÃan asistido a misa bajo este elevado techo; un sacerdote habÃa entonado ante el altar las palabras en latÃn.
Ahora era nuestro, pertenecÃa a Lestat, el hombre que yacÃa inmóvil sobre el suelo de mármol. Hombre, vampiro, criatura de las tinieblas. Cualquiera de estos apelativos sirve para describirle.
Al volver la cabeza para observarlo, me sentà como un niño. Eso es lo que soy. Esta definición me cuadra como si fuera el único rasgo que contuviera mi código genético.
Yo tenÃa unos diecisiete años cuando Marius me convirtió en vampiro. Para entonces, ya habÃa dejado de crecer. HacÃa un año que medÃa un metro y sesenta y ocho centÃmetros. TenÃa las manos delicadas como las de una damisela y era imberbe, como solÃamos decir en aquella época, el siglo xvi. No era un eunuco, no, sino un jovencito.
En aquel tiempo se estilaba que los chicos fueran tan bellos como las muchachas. Ahora se me antoja una caracterÃstica útil, y ello se debe a que amo a los demás, a mis seres queridos: Sybelle, con sus pechos de mujer y sus piernas largas y juveniles, y Benji, con su carita redonda e intensa, tÃpicamente árabe.
Me detuve a los pies de la escalera. Aquà no hay espejos, sólo elevados muros de ladrillo desprovistos de yeso, unos muros viejos sólo a ojos de los mortales, oscurecidos por la humedad que invade el convento. Todas las texturas y los elementos habÃan sido suavizados por los sofocantes veranos de Nueva Orleans y sus húmedos e insidiosos inviernos, unos inviernos verdes, según los llamo yo, porque los árboles aquà casi nunca aparecen desprovistos de hojas.
Nacà en un lugar donde el invierno es eterno en comparación con este lugar. No es de extrañar que en la soleada Italia olvidara mis orÃgenes y creara mi vida a partir del presente de mis años con Marius. «No lo recuerdo.» Ello se debÃa a mi pasión por el vicio, a mi afición al vino y la suculenta comida italiana, al tacto del cálido mármol bajo mis pies desnudos cuando las estancias del palacio se hallaban perversa, pecaminosamente caldeadas por los fuegos exorbitantes de Marius.
Sus amigos mortales, unos seres humanos como yo en aquella época, le censuraban que malgastara tanto dinero en leña, aceite y velas. Marius sólo utilizaba las mejores velas de cera de abeja. Cada fragancia era importante.
No pienses más en esas cosas. Los recuerdos ya no pueden herirte. Viniste aquà por un motivo y ya no tienes nada que hacer en este lugar; ve en busca de los seres que amas, tus jóvenes mortales, Benji y Sybelle. Debes seguir adelante.
La vida ya no era un escenario donde el fantasma de Banquo cobraba vida para sentarse a la siniestra mesa. Un intenso dolor me atenazaba el alma.
Sube la escalera. Acuéstate un rato en este convento de ladrillo donde hallaron la ropa de la niña. Tiéndete junto a la niña que murió asesinada aquÃ, en este convento, según dicen los cotillas, los vampiros que merodean por estas habitaciones, los cuales han venido a contemplar al gran vampiro Lestat sumido en un s