1
CaÃda en el abismo
«Ojalá la tecnologÃa inventase alguna manera de contactar contigo en caso de emergencia», repetÃa una y otra vez mi ordenador.
Tras el resultado de las elecciones estadounidenses de 2016, junto con otras personas que conozco, e incitado quizá por la mente colectiva de las redes sociales, empecé a ver de nuevo El ala oeste de la Casa Blanca: un ejercicio de vana nostalgia. No sirvió de nada, pero adopté la costumbre de ver uno o dos episodios cuando estaba solo, por las noches después de trabajar o en los aviones. Tras leer los más recientes y apocalÃpticos artÃculos de investigación sobre el cambio climático, la vigilancia total y las incertidumbres de la situación polÃtica, habÃa cosas peores en las que sumergirse que una obrita neoliberal de la primera década del siglo. Una noche estaba a mitad de un episodio de la tercera temporada en el que Leo McGarry, jefe de gabinete del presidente Bartlett, lamenta haber asistido a una reunión de Alcohólicos Anónimos y, como consecuencia, haberse perdido los primeros momentos de una emergencia.
«¿Qué habrÃas hecho hace media hora que no se haya hecho ya?», pregunta el presidente en la serie.
«HabrÃa sabido media hora antes lo que sé ahora —responde McGarry—. Exactamente por eso no volveré a las reuniones: son un lujo.»
Bartlett acorrala a McGarry y lo provoca: «Lo sé. ¡Ojalá la tecnologÃa inventase alguna manera de contactar contigo en caso de emergencia! Una especie de dispositivo telefónico con un número personalizado al que pudiésemos llamar para decirte que te necesitamos». El presidente rebusca en el bolsillo de Leo y saca su teléfono: «¡Quizá serÃa algo asÃ, Mr. Moto!».
Aunque no logré ver hasta ese punto del episodio. La imagen en la pantalla siguió cambiando, pero mi portátil se habÃa quedado colgado y el sonido de una frase se repetÃa una y otra vez: «¡Ojalá la tecnologÃa inventase alguna manera de contactar contigo en caso de emergencia! ¡Ojalá la tecnologÃa inventase alguna manera de contactar contigo en caso de emergencia! ¡Ojalá la tecnologÃa inventase alguna manera de contactar contigo en caso de emergencia!».
Este es un libro sobre lo que la tecnologÃa intenta decirnos en caso de emergencia. Y es también un libro sobre lo que sabemos y cómo lo sabemos y sobre lo que no podemos saber.
A lo largo del último siglo, la aceleración tecnológica ha transformado nuestro planeta, nuestras sociedades y a nosotros mismos, pero no ha sido capaz de transformar nuestra forma de entender todas esas cosas. Las razones son complejas y las soluciones también, en buena medida porque vivimos enredados en sistemas tecnológicos que a su vez influyen en cómo actuamos y en cómo pensamos. No podemos situarnos fuera de ellos; no podemos pensar sin ellos.
Nuestras tecnologÃas son cómplices de los mayores retos a los que nos enfrentamos hoy: un sistema económico descontrolado que aboca a muchos a la miseria y continúa ampliando la brecha entre ricos y pobres; el colapso del consenso polÃtico y social a lo largo y ancho del planeta, que resulta en el auge de los nacionalismos, las divisiones sociales, los conflictos étnicos y las guerras no declaradas, y un cambio climático que constituye una amenaza existencial para todos.
En las ciencias y en la sociedad, en la polÃtica y en la educación, en la guerra y en el comercio, las nuevas tecnologÃas no se limitan a aumentar nuestras capacidades, sino que las determinan y dirigen activamente, para bien y para mal. Cada vez es más necesario que seamos capaces de repensar las nuevas tecnologÃas y de adoptar ante ellas una actitud crÃtica, para asà poder participar de manera significativa en el proceso por el que estas determinan y dirigen nuestras capacidades. Si no entendemos cómo funcionan las tecnologÃas complejas, cómo se interconectan los sistemas de tecnologÃas y cómo interactúan los sistemas de sistemas, estaremos a su merced, y será más fácil que las élites egoÃstas y las corporaciones inhumanas acaparen todo su potencial. Precisamente porque estas tecnologÃas interactúan entre sà de formas inesperadas y a menudo extrañas, y porque estamos completamente vinculados a ellas, este conocimiento no puede limitarse a los aspectos prácticos de cómo funcionan las cosas: debe ampliarse a cómo las cosas llegaron a ser como son y a cómo continúan funcionando en el mundo de maneras a menudo invisibles y complejas. Lo que se necesita no es comprensión, sino alfabetización.
Una verdadera alfabetización en sistemas consiste en mucho más que en la mera comprensión, y podrÃa entenderse y llevarse a la práctica de diversas maneras. Va más allá del uso funcional de un sistema; abarca también su contexto y sus consecuencias. Se niega a ver la aplicación de cualquier sistema individual como una panacea y, en lugar de ello, se centra en las interrelaciones de los sistemas y en las limitaciones intrÃnsecas de cualquier solución aislada. Significa hablar con fluidez no solo el lenguaje de un sistema, sino también su metalenguaje (el lenguaje que ese sistema emplea para hablar de sà mismo y para interactuar con otros sistemas), y es sensible a las limitaciones y a los usos y abusos potenciales de ese metalenguaje. Supone ser —y esto tiene una importancia crucial— capaz de hacer crÃticas y responder a ellas.
Una de las propuestas que a menudo se plantean en respuesta a una pobre comprensión pública de la tecnologÃa es un llamamiento a incrementar la educación tecnológica; en su formulación más sencilla: aprender a programar. Es un llamamiento que suelen hacer polÃticos, tecnólogos, expertos y lÃ